martes, 18 de diciembre de 2007

Y CADA MINUTO MI SONRISA

Un trozo de cartón
con lápiz emborronado;
un gesto esperado
sorprende con ilusión.

Sonrisa de Pocoyó
malicia de Sinosuke
al calor de nuestra lumbre
tocando tu tambor.

Y mis ojos vuelven a brillar.
Y tu risa a resonar.
Y tu naricilla a roncar.
Y cada minuto mi sonrisa.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Al salir de clase

Cuando se quiso dar cuenta, era otra vez otoño. La estación de los comienzos, de la acción, de los nervios. Estaba tan ilusionada como los padres con los scalextrics de sus hijos. Todo volvía a ser nuevo, el olor de los libros, la dentera que le producía forrarlos, el sonido de los bolígrafos al guardarlos en su nuevo estuche, el tacto blanco y azul de los cuadernos.

Hacía una semana que había comentado con Susana las cambios de este curso: ampliación de la biblioteca, horarios más flexibles, tutores desconocidos, materias más densas y atractivas y ¡Manu volvía a estar en su clase!

Tenía abrigo que estrenar, la peluquera por fin había acertado con el corte, su perfume seguía sin pasar de moda.

Insomnio. Ese insomnio inquieto, sonriente, juguetón, que deshoja las horas alternando la esperanza y el miedo.

Sobre su escritorio varias listas para empezar el curso con las ideas claras. Acabarlo igual ya sería otra cosa.

Y llegó el día. Susana y ella quedaron en la cafetería desde la que se veía la puerta. Tras piropearse volvieron a repasar los detalles del año anterior, desmenuzándolos bajo la luz del que les esperaba. Apenas acabaron los cafés, sus piernas las dirigieron al aula. Los mismos pupitres en distinta habitación. Se sentaron juntas, mirando a los nuevos compañeros y saludando a los viejos. Todos mostraban excitación en sus mejillas y ansias en sus ojos.

Se presentaron los profesores acompañados de sus materias, bibliografías, recomendaciones y evaluaciones. La cafetería hervía de reencuentros. Se programó la primera cena de curso. Tras las clases se tomarían unas cervezas para organizarla en condiciones. ¡Manu se había apuntado!

Allí estaba, con la cerveza en la mano, pidiéndole fuego a Manu, atisbando la sonrisa de Susana, cuando sonó el móvil.

- “Me tengo que ir, chicos, lo siento. Esta noche me toca hacer de canguro y se me había olvidado”
- “Pero vienes a la cena, ¿no?”
- “Por supuesto, el viernes no me comprometo con nadie”


La casa la entristeció. Tuvo que recordar que los niños también la hacían sonreír.

Ding-dong.

- “Vaya, venís helados” – saludó. – “Tenéis rosquillas en la mesa de la cocina.”
- “Mamá, ¿te habías olvidado que hoy tenía cena con las amigas del colegio? ¡No puedo estar siempre detrás de ti!”
- “Lo siento hija, estábamos tomando algo después de clase y se me fue el santo al cielo.”
- “¡Clase, clase! A veces te olvidas de que tienes sesenta años y responsabilidades más acordes con tu edad.”
- “Tienes razón, hija. Por cierto, el viernes tengo partida de cartas en casa de Susana, así que no podré cuidar a Juan y a Pablo.”
- “Tranquila, mi suegra se ha empeñado en hacerlo ella.”

miércoles, 5 de diciembre de 2007

"En el camino" de Jack Kerouac




Hoy voy a atreverme a hacer algo para lo que sé que no estoy preparada. No soy digna de hacerlo tampoco. Pero tengo que hacerlo, tengo que escribir sobre un clásico reciente y en boga. ¿La dificultad? Que no me ha encantado. Así que mi crítica será antipopular y seguramente equivocada, pero ahí va.

“En el camino”, de Jack Kerouac, cumple este año sus bodas de oro. Fue el exponente de la generación “Beat”, una generación que quería huir de lo establecido, volver a la conciencia, vivir al límite, meditarlo todo. La sinopsis que aparece en la contraportada de la Editorial Anagrama explica: “(...), en esta novela se narran los viajes enloquecidos, a bordo de Cadillacs prestados y Dodges desvencijados, de Dean Moriarty (...) y el narrador Sal Paridse, recorriendo el continente, de Nueva York a Nueva Orleáns, Ciudad de México, San Francisco, Chicago y regreso a Nueva York. Alcohol, orgías, marihuana, éxtasis, angustia y desolación, el retrato de una América subterránea, auténtica y desinhibida, ajena a todo stablishment.”
Y es cierto, el libro describe todo eso, porque el narrador describe, cuenta y vive cada minuto del viaje (no olvidéis que es un libro autobiográfico). No esperéis una novela escandalosa para los tiempos en que vivimos, pero tampoco olvidéis que en los años 40 y 50 este modo de vida era pionero.

Sin embargo, no sé por qué motivo a mí me ha parecido ligeramente superficial, no he vibrado con sus puestas de sol, no he deseado conocer San Francisco antes de tiempo, no me he perdido en las calles de Dénver. Supongo que esa será la intención de Kerouac, introducirnos en el vértigo de vivir proporcionándonos la suficiente distancia para no sufrir que a ellos les daban el alcohol y las drogas. Hasta he tenido que hacer un esfuerzo por leerlo hasta el final. De lo que me alegro. El final sí merece la pena, es más relajado y al mismo tiempo más intenso, no existe esa vorágine de lugares, movimientos, fiestas, pero las sensaciones se acentúan y se agradece que Kerouac te permita llegar a sentir lo mismo que debió sentir él en los momentos en los que Neal Cassady le permitía expresarse.

Recomiendo leerlo y si alguien puede ayudarme a volver a mitificar esta “biblia y manifiesto de la generación beat, le estaré muy agradecida.

Justo debajo, podéis encontrar un fragmento del libro que define a la perfección como el narrador idolatraba a su compañero de viaje más habitual.

DEAN MORIARTY

"Esto no era verdad; yo conocía mejor las cosas y podría habérselas contado. Pero no veía que tuviera ningún sentido el intentarlo. Deseaba acercarme al grupo, poner el brazo sobre los hombros de Dean y decir: "Bien, ahora escuchadme todos de una puta vez. Recordad una sola cosa: este chico también tiene sus problemas; y otra cosa, nunca se queja y os ha proporcionado a todos muy buenos ratos sólo por ser como es, y si no tenéis bastante con eso llevadle ante el pelotón de fusilamiento, pues parece que eso es lo que tenéis tantas ganas de hacer, y..."


"Era BEAT: estaba vencido, era la raíz y el alma de lo beatífico también. Pero, ¿de qué se estaba enterando? Trataba de decírmelo con todas sus fuerzas y los otros me envidiaban, envidiaban mi situación a su lado, defendiéndole y aprendiendo de él como ello en otro tiempo intentaron aprender."

jueves, 15 de noviembre de 2007

Veintitantos

Hoy iba a hablar del libro "Alguien voló sobre el nido del cuco" de Ken Kesey. Pero conformé me lo acabé ayer, empecé "On the road" de Jack Kerouac. Ya veís ando siguiendo una generación de escritores (a mí que siempre me ha gustado saltar de una época a otra).
La reseña vendrá en breve, pero hoy me he acordado de las típicas frases que tanto oigo últimamente: "Es la edad", "Estás en la edad", "Cosas de los veintitantos". Y yo que odio lo típico, las detesto por tópicas. Pero hoy, Kerouac, que escribío este libro cuando contaba entre veintiséis y veintisiete años (allá por el final de los años 40) me ha sorprendido con este parrafo:

"Cuando me lo encontré aquella mañana en Mill City estaba pasando esos días malos y deprimentes que tienen los jóvenes hacia los veinticinco años. Andaba a la espera de un barco, y para ganarse la vida trabajaba de vigilante en los barrancones del otro lado del desfiladero. Su novia Lee Ann tenía una lengua muy larga y no había día en que no le llamara al orden. Se pasaban la semana entera ahorrando para salir los sábados a gastarse cincuenta dólares en sólo tres horas. Remi andaba por la casa en pantalones cortos y con un disparatado gorro militar en la cabeza. Lee Ann llevaba la cabeza llena de rulos. Vestidos así, se pasaban toda la semana riñendo. Nunca había oído tal cantidad de insultos en toda mi vida. Pero el sábado por la noche, sonriéndose amablemente uno al otro, salían como un par de personajes importantes de Hollywood y bajaban a la ciudad."

martes, 6 de noviembre de 2007

"Rebeldes" de S.E. Hinton

"Rebeldes es una de las primeras novelas que en los tiempos actuales tratan sin tapujos la cuestión de la delincuencia juvenil. Escrita cuando la autora contaba tan sólo dieciséis años y llevada al cine por Francis F. Coppola, relata la aventura en que se ven metidos un par de adolescentes de los suburbios de Nueva York a causa de la enemistad entre bandas."

Esto es lo que se puede leer en la contraportada del primer libro que me hizo llorar. Ponyboy, Sodapop y Darri, tres hermanos, tres amores platónicos que se turnaban según la edad en que lo leyera.

La historia no es muy original, pero no necesita serlo. Siempre hay libros juveniles (y de "adultos", je) que tratan el tema de la tribus urbanas, de las bandas callejeras y, uy, que malos todos pero que buenos en el fondo. Aquí nadie es bueno ni malo y todos meten la pata y no se culpa a la injusta sociedad, simplemente se habla de unos críos que van creciendo. Tal y como fui creciendo yo: primero lloraba con la sorpresa del asesinato, luego con la ilusión del optimismo, más tarde con la injusta muerte y ayer, lloré con la impotencia del hermano mayor, con su mirada fría, con su coraza.

No es un clasico, no tiene un estilo de nobel, no destaca por su originalidad pero sigue emocionándome.

domingo, 4 de noviembre de 2007

OTOÑO - Ojos de tierra - OTOÑO







Cuando los sueños del valle se alzan


y dejan ver a las ovejas que los trajeron,


entonces siento tus ojos de tierra


que mi silueta recorren con amor.



Cuando despierta con un ronquido la sierra


y los árboles, susurrando, se dejan mecer,


entonces siento tu mirada de lluvia


imaginándome con pasión.



Cuando las bestias olvidadas callan


y los inquietos sueños vuelven a aparecer,


entonces siento tus iris de musgo


buscando en mi cuerpo calor.



jueves, 18 de octubre de 2007

AMIGOS, LINIERS; LINIERS, AMIGOS


Hace poco que descubrí a Liniers. Sensible, irónico y absurdo. Para emocionarse, sonreír y pensar. Creo que me estoy convirtiendo en admiradora suya. Aún no he pasado la barrera que me convertiría en fan, porque la verdad es que su biografía no me interesa demasiado. Sus tiras son demasiado geniales como para asociarlas a alguien concreto.


Es argentino. Creo que mi afición a los dibujantes más "boludos" del otro lado del atlántico comenzó con Quino. Aprendía a leer Mafalda antes de saber que la M junto a la A se convertían en MA. La casa de mi abuela en el pueblo estaba llena de librillos y hojas sueltas llenas de Manolitos, Susanitas, Felipes y Libertades, muchas libertades.

Más tarde Quino empezó a asomar su nariz en el suplemento de El País que yo devoraba los domingos lluviosos en mi casa. Esas tormentas trajeron la fiebre del crítico social más ingenioso a las estanterias de la ciudad, que florecieron de libros gordos como códices.


Cuando las tres mujeres de la casa nos empezamos a alterar llegó Maitena. Con su humor feminista, ácido y, también, argentino. Yo empezaba a tomar decisiones solita, y en ella encontré un buen reflejo de esas contradicciones que nunca me han abandonado y de las paradojas que se pasean por el mundo.
Ella es mordaz, pero muerde con ternura. Se ríe de todo, hasta de las cosas que más le molestan. Todas las ocasiones en que me encuentro con una viñeta suya acabo relativizando mis sentimientos y reafirmando mi derecho a vivirlos.


Ahora es Liniers quien me hace compañía (y a quien me saluda virtualmente) en las noches en las que comienzo a aceptar el absurdo del día a día, la sociedad que nos toca cambiar y los sinsentidos de hacerse mayor. Por ello os lo quería presentar. A quienes ya lo conozcáis, para que me refutéis o me déis la razón. A quienes le acabáis de dar la mano, para evitar que la soltéis antes de tiempo.




viernes, 12 de octubre de 2007

LOLITA, de Vladimir Nabokov

A-NO-NA-DA-DA. Así, dicho despacito, es como me he sentido mientras leía Lolita. Mi incultura me había llevado a pensar que era un libro con tintes eróticos (lo que me atraía) contado a lo “road movie” (lo que me repelía). Bien, no es un libro erótico ni está contado según un género claro, pues mezcla distintos estilos de narración.
¿Provocador? Subversivo, pero nada inmoral. Amoral, quizás, como considero que lo son las mayores obras de arte.
Es el libro que más me ha impactado por la historia que cuenta y por cómo la cuenta. Llega a las algas de las simas más profundas de los personajes, a veces puedes tocarlas, a veces te las muestra como en un documental, a veces te las describe de la manera más cruda y apasionada.
No esperéis un tratado sobre pederastia, ni la recreación del mito erótico de la lolita (el mito y la obra sólo tienen en común el nombre), ni una historia de amor alejada de las convenciones. Podéis encontrar todo esto si vais con algún tipo de prejuicio, pero yo os aconsejo que os dejéis llevar. Que os indignéis con Humbert Humbert, que os entren ganas de partirle la cara a Lolita, que os riáis de los dos, que los lloréis, que los comprendáis, que los juzguéis... Porque los personajes son más humanos que nosotros. Porque te persiguen. Porque buscas una explicación que no existe durante todo el día.

No tengo más palabras, hay que leerlo con las tripas. A mí ahora me toca la segunda parte: dejarlo reposar.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Soñando voy, soñando vengo, por el caminoooo, yo me entretengo

Ayer, en esos pequeños ataque de optimismo que me invaden en los días que puedo disfrutar tanto del sol como de la lluvia, me dio por pensar en los sueños que tenemos, que cumplimos, que olvidamos...

Hice tantas tipologías como sueños recuerdo:

El sueño que nunca supimos que deseábamos hasta que lo encontramos (véase mi parient)

El sueño que le queda mejor a otra persona (véase éxito profesional)

El sueño que nos inventamos cuando olvidamos los demás (véase viajes o vestidos)

El sueño anticomplejos (véase eliminar defectos físicos)

El sueño que compartimos con los demás (véase la lotería)

El sueño de la infancia que algún día hará de colchón (véase ser una soltera molona)

El sueño por fascículos (véase aprender a ser feliz)

El sueño que cuando consigues pierde brillo y gana intensidad (véase total y obligada independencia económica)

El sueño que aún no has soñado (véase... ya he dicho que áun no lo he soñado)

El sueño que más deseas para los demás (véase una casa para mamá)

El sueño pequeñito (véase ver siempre esa sonrisa)

El sueño ambicioso (véase todos los sueños cumplidos y mejorados)

El sueño fiasco (véase acabar con un amor platónico equivocado)

jueves, 13 de septiembre de 2007

Batallando

Sabía que tenía que pensar en positivo, sabía que tenía que relajarse, nada debería afectarle, y menos podía cambiarle el humor la falta de algo que necesitara, pues no debería necesitar nada, debería ser autosuficiente. Así se lo habían enseñado en la Academia Militar. Fortaleza, optimismo, voluntad, lucha... Pero a ella no le salía bien, no sabía despreocuparse de los detalles, las pequeñas nimiedades le venían grandes. Estaba más acostumbrada a identificar un grave problema, averiguar la solución, llevarla a la práctica en un espacio corto de tiempo y despreocuparse. Era capaz de matar a un enemigo en un segundo, con un tiro certero en la sien, volver a reanimar a su compañero caído y conciliar el sueño sin problemas al llegar al campamento. Pero lo difuso la sacaba de quicio, necesitaba definir conceptos, incluido el tiempo de duración. Estaba claro que la vida no era una batalla, era una guerra con enemigos que se convertían en aliados y traidores en el cuerpo, sin una fecha conocida de la firma del tratado de paz, sin el arma adecuada para cada momento, sin el mismo rancho todos los días que te asegura que ganes o pierdas seguirás comiendo mientras sigas vivo. Pero esta era su verdadera guerra y tendría que aprender a ser estratega y dejar atrás a la soldado.

sábado, 8 de septiembre de 2007

"La señora Dalloway" de Virginia Woolf

"Porque ya no lo soportaba más. Aunque el doctor Holmes dijera que no era grave. ¡Cuánto más preferiría que hubiera muerto! No podía seguir sentada a su lado cuando miraba de quel modo y no la veía y todo resultaba tan terrible; cielo y árboles, niños que jugaban arrastrando sus cochecitos, tocando el silbato, cayéndose; todo era terible. Septimus no se mataría; y ella no se lo podía contar a nadie. "Ha trabajado demasiado", era todo lo que podía decirle a su propia madre. Amar nos separa de los demás, pensó. No se lo podía contar a nadie, ni siquiera a Septimus ya, y, al volver la vista, lo vio sentado, solo, con su abrigo raído, en el banco, inclinado hacia delante, mirando fijamente. Y era cobardía en un hombre hablar de quitarse la vida, pero Septimus había luchado en la guerra; era valiente; pero ya no era Septimus. Si se ponía el cuello de encaje, si se ponía el sombrero nuevo, su marido no se daba cuenta; y era feliz sin ella. ¡Ella nunca sería feliz sin él! ¡Nunca jamás! Septimus era egoísta. Como todos los hombres. Porque no estaba enfermo. El doctor Holmes decía que no le pasaba nada. Extendió las manos. ¡Mira! El anillo de boda le bailaba en el dedo, de tan delgada como se había quedado. Era ella quien sufría..., pero no tenía a nadie a quien contárselo."

martes, 4 de septiembre de 2007

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Alguien dijo una vez:

"Ámame cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite"

Hasta ahora siempre pensaba en esa frase como una petición que hacer cuando necesitabas perdón, comprensión o cualquier tipo de apoyo.

Hoy me pongo en el lugar de quien ama, y es increíble sentir que no es algo que cueste esfuerzo, sino que sale natural.

Ahora toca amar a quien siempre lo mereció cuando más lo necesita.

viernes, 31 de agosto de 2007

CAFÉ

Ya estaba allí. Sin compañía. Ya iba siendo hora de aprender a disfrutar sin nadie al lado. Pero aquello no era ni como lo recordaba ni como lo esperaba.

Su estado de ánimo.
No era ni bueno ni malo. Era aburrimiento. Era energía. Era malestar. Era libertad. Era decepción. No quería estar sola, no quería ver a nadie. Quería no hacer nada, quería hacerlo todo. Se guiaba por impulsos sin saber si era lo que le apetecía. Así había llegado allí.

La cafetería.
Realmente decepcionante, pero lo era más el que no le importara. Siendo niña (cuando se soñaba de mayor, cuando se veía volar, cuando era curiosa) le pareció el sitio más bohemio del mundo, el lugar donde irían sus artistas preferidos si vivieran en su ciudad. De menos niña conoció otros lugares, bares de intelectuales, antros de maldición inspiradora, bufetes de bebidas literarias, museos del diseño con excelente café. Sin embargo siempre acababa yendo a esa cafetería en las raras ocasiones en que volvían sus sueños y siempre acababa frustrada. Ruidosa y luminosa, llena de familias felices, de amigos solucionando sus vidas o el mundo, de parejas leyendo revistas y periódicos elogiados por la élite erudita, de solitarios buscando el mejor sabor a tiramisú de aquella capital de provincias.

El tiramisú.
Su primer antojo había sido tarta de chocolate. Pero el Apolo de los postres había deleitado demasiado paladares aquel día. Sus papilas gustativas debieron conformarse con Afrodita y Dionisos, un tiramisú de sensual cremosidad y un whisky con café. Saciadas pero no acalladas. No era el único instinto rebelde. Sus músculos ansiaban la comodidad del adormecimiento, su piel el frescor tras la ducha, sus labios la adrenalina de la risa. Ella se imponía la disciplina del trabajo mental incómodo y gratificante, la atención al ansia olvidada, la mirada a lo satisfactorio, el aspecto de la lucha.

Su aspecto.
Vaqueros nada favorecedores, camiseta de limpiar, pelo sin peinar, cara de domingo y sensación de suciedad. No llevaba su uniforme negro de recorrer interiores adormecidos, no mostraba el maquillaje que la prevenía de conversaciones y no lucía el despeinado de la concentración.

Su rival.
El libro admirado, el autor idolatrado, la edición más valorada. Y no conseguía disfrutarlo. Sus manos luchaban por unir sus hojas, sus ojos huían a otros paisajes, sus labios se fruncían, en su ceño aparecían arrugas, sus pies saltaban hacia la puerta. Su mente estaba atrapada en cada letra, espacio y signo de puntuación sin lograr ver en ellos un todo coherente. Por mucho que el libro se negara a ser leído ella iba a hacerlo. Su interior se revelaba. Su propósito de huir de ella no se encontraba cómodo usando aquel objeto de culto como una herramienta para la insípida paz interior. Buscaba otros planes de huida, otras estrategias menos ofensivas para aquel fin tan superficial.

El cambio.
Todo lo que quería evitar ocurrió. Su aislamiento se vio interrumpido por una petición banal de una desconocida. Su imagen desapercibida llamó a las miradas de personas aburridas de la discusión en la que intervenían. Su mente y su cuerpo se centraron en el libro. Y la sonrisa inconsciente le hizo concienciarse de que toda su frustración había desaparecido y su esfuerzo dejaba de tener sentido al convertirse en placer.

jueves, 30 de agosto de 2007

REFUGIO

Era su refugio. Con sus departamentos para cada tipo de emergencia. Entrando a la derecha el rincón de la nostalgia; con las cajas de recuerdos en el armario y el póster del cantante más melancólico en la pared. Allí sonreía pensando en triunfos pasados y recordaba los errores que no quería volver a cometer. Allí volvía a ser reina de corazones y alma solitaria.
Al lado, el altar de la poesía, con figuras inspiradoras, objetos que la movían a escribir y sus libros de poemas más manoseados.
Enfrente de la nostalgia se extendía la tumba de la tristeza, la cama donde las penas se disolvían en lágrimas y sueños, coronada por un alegre payaso nacido el mismo año que ella. Allí había pasado la mayor parte de su vida. Había amado, reído, comido, hibernado, reído, añorado, reflexionado, imaginado, leído, planeado, bebido, escrito... Todo lo que había sido importante para ella había pasado por esa tumba, y había llegado el momento de escribir el epitafio.
A la izquierda estaba la ventana de la evasión, desde la que le contaba a la luna sus sueños más disparatados, desde la que hacía promesas a cambio de deseos cumplidos, desde la que daba las gracias por los días llenos de sonrisas y comprendía, gracias a la discreta luz de Catalina, los malos tragos que bebía a tandas de chupitos.
Al otro lado de la ventana, su testaferro. La mesa que poseía los borradores de la literatura de sus secretos. Aquel trozo de conglomerado había sido el bastón que la acompañó en sus más altas cimas, la piedra en la que descansó de sus más largas luchas, la paloma que leyó sus cartas más dolorosas, el alto al que consagró sus más auténticas alegrías.
Debajo de su testaferro, la cueva de la angustia. El escondite en sus días más negros, el cofre de sus peores pensamientos, el pozo de sus odios, envidias e iras. Su cabeza recordaba sus golpes contra esas pareces, las marcas de sus uñas estaban ordenadas cronológicamente, sus gritos aún navegaban en su eco.


Todo eso dejaba de ser suyo. Ya no podía reclamarlo como reino. Sus peluches acabarían en cajas sin nadie que les hablara, les golpeara ni les abrazara con desesperación. Sus figuras parecerían horteras en otra estantería. Sus fotos se desvanecerían al ser tocadas por una luz distinta. Sus libros jamás se sentirían tan cómodos como apilados junto a su cama. Sus cajas de recuerdos no tenían sentido en un lugar sin memoria. Los bolígrafos no sabían fluir si no era sobre su mesa. La luna ya no sabría dónde encontrarla. Sus sentimientos perderían la intensidad que reflejaban los flexos baratos. Sus pensamientos no sabían llegar a sus dedos si no pasaban antes por los lomos de sus libros. Sus ideas no sabían anclarse lejos de sus pilas de papeles. Su vida no sabía respirar sin el polvo de sus cajitas. Su alma no encontraba a la luna.

miércoles, 29 de agosto de 2007

PASEO

La ciudad le regaló cinco minutos de lluvia, un cielo de su color preferido y una calle que nunca existió. Cuando volvió a envolverle con su calor a ella no le importó. Le había hecho tan feliz durante ese instante que podía volver a portarse como el hijo más egoísta con ella.
Se sentó en una estufa con apariencia de banco de piedra y al alzar la vista se encontró con sus primero anhelos de independencia. Volvió a limpiar las mismas papeleras con la lentitud del perfeccionismo, barrió sus suelos con la curiosidad de la adolescencia y se dio la vuelta para sonreír a sus dieciséis años. Miró más allá y le acariciaron las azoteas de sus planes de huida con su tacto de salvaje romanticismo. Eran más compactas que en los cuadros vanguardistas y más pobres que ese cabaret tan mitificado.
Cuando apagó su música, escuchó la vida del barrio que siempre visitaba cada vez que no iba a Madrid. Y, si giraba su nariz hacia la brisa, olía el infinito del mar que desde hacía casi dos décadas le esperaba en Barcelona. La grúa que se intentaba clavar en su ojo acabó por teñir con rimel sus pestañas y el caer de una gota le recordó que hay lágrimas tan inútiles que consuelan la rabia más resignada. Y se alegró de no tener a nadie que le hiciera sentir en la obligación de compartir su alegría, porque ya no había nadie que al querer iluminar sus ojos se ganara ese derecho.

SALUDOS

Hola a todos,

no me voy a presentar, los que me conocéis ya sabéis demasiado de mí y los que no tenéis ni idea de quién soy lo sabréis por las reflexiones, relatos, poemas, opiniones, fotos y demás necedades que iré publicando.


Sed todos bienvenidos.