miércoles, 29 de agosto de 2007

PASEO

La ciudad le regaló cinco minutos de lluvia, un cielo de su color preferido y una calle que nunca existió. Cuando volvió a envolverle con su calor a ella no le importó. Le había hecho tan feliz durante ese instante que podía volver a portarse como el hijo más egoísta con ella.
Se sentó en una estufa con apariencia de banco de piedra y al alzar la vista se encontró con sus primero anhelos de independencia. Volvió a limpiar las mismas papeleras con la lentitud del perfeccionismo, barrió sus suelos con la curiosidad de la adolescencia y se dio la vuelta para sonreír a sus dieciséis años. Miró más allá y le acariciaron las azoteas de sus planes de huida con su tacto de salvaje romanticismo. Eran más compactas que en los cuadros vanguardistas y más pobres que ese cabaret tan mitificado.
Cuando apagó su música, escuchó la vida del barrio que siempre visitaba cada vez que no iba a Madrid. Y, si giraba su nariz hacia la brisa, olía el infinito del mar que desde hacía casi dos décadas le esperaba en Barcelona. La grúa que se intentaba clavar en su ojo acabó por teñir con rimel sus pestañas y el caer de una gota le recordó que hay lágrimas tan inútiles que consuelan la rabia más resignada. Y se alegró de no tener a nadie que le hiciera sentir en la obligación de compartir su alegría, porque ya no había nadie que al querer iluminar sus ojos se ganara ese derecho.

1 comentario:

nerea dijo...

wapaaaaaaaaaa espero q disfrutes mucho de tu blog como lo haciamos en pamplona. por cierto el día 3 reencuentrooooooooooooooe. txus te llamara para atar flecos
beossososo