jueves, 30 de agosto de 2007

REFUGIO

Era su refugio. Con sus departamentos para cada tipo de emergencia. Entrando a la derecha el rincón de la nostalgia; con las cajas de recuerdos en el armario y el póster del cantante más melancólico en la pared. Allí sonreía pensando en triunfos pasados y recordaba los errores que no quería volver a cometer. Allí volvía a ser reina de corazones y alma solitaria.
Al lado, el altar de la poesía, con figuras inspiradoras, objetos que la movían a escribir y sus libros de poemas más manoseados.
Enfrente de la nostalgia se extendía la tumba de la tristeza, la cama donde las penas se disolvían en lágrimas y sueños, coronada por un alegre payaso nacido el mismo año que ella. Allí había pasado la mayor parte de su vida. Había amado, reído, comido, hibernado, reído, añorado, reflexionado, imaginado, leído, planeado, bebido, escrito... Todo lo que había sido importante para ella había pasado por esa tumba, y había llegado el momento de escribir el epitafio.
A la izquierda estaba la ventana de la evasión, desde la que le contaba a la luna sus sueños más disparatados, desde la que hacía promesas a cambio de deseos cumplidos, desde la que daba las gracias por los días llenos de sonrisas y comprendía, gracias a la discreta luz de Catalina, los malos tragos que bebía a tandas de chupitos.
Al otro lado de la ventana, su testaferro. La mesa que poseía los borradores de la literatura de sus secretos. Aquel trozo de conglomerado había sido el bastón que la acompañó en sus más altas cimas, la piedra en la que descansó de sus más largas luchas, la paloma que leyó sus cartas más dolorosas, el alto al que consagró sus más auténticas alegrías.
Debajo de su testaferro, la cueva de la angustia. El escondite en sus días más negros, el cofre de sus peores pensamientos, el pozo de sus odios, envidias e iras. Su cabeza recordaba sus golpes contra esas pareces, las marcas de sus uñas estaban ordenadas cronológicamente, sus gritos aún navegaban en su eco.


Todo eso dejaba de ser suyo. Ya no podía reclamarlo como reino. Sus peluches acabarían en cajas sin nadie que les hablara, les golpeara ni les abrazara con desesperación. Sus figuras parecerían horteras en otra estantería. Sus fotos se desvanecerían al ser tocadas por una luz distinta. Sus libros jamás se sentirían tan cómodos como apilados junto a su cama. Sus cajas de recuerdos no tenían sentido en un lugar sin memoria. Los bolígrafos no sabían fluir si no era sobre su mesa. La luna ya no sabría dónde encontrarla. Sus sentimientos perderían la intensidad que reflejaban los flexos baratos. Sus pensamientos no sabían llegar a sus dedos si no pasaban antes por los lomos de sus libros. Sus ideas no sabían anclarse lejos de sus pilas de papeles. Su vida no sabía respirar sin el polvo de sus cajitas. Su alma no encontraba a la luna.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una pena que no tu alma no encuentre la luna, yo si pudiera te la ofreceria. de todas formas, tenemos una vista alas estrellas pendiente, espero que sea pronto, mientras tanto espero que encuentre otro refugio.

un besito preciosa

Anónimo dijo...

Todo lo que dejaste sigue.

Ahora la habitación la ocupo yo, pero sigo mirando la luna, acumulando libros en la mesilla y apilando toda la ropa del armario en otro recuerdo de la infancia: las hamacas rojas de casa de la abuela.
Lo único que no puedo conservar, porque no se hacerlo, son todos los relatos, poemas.. toda esa literatura, que si no llega a ser por ella, ni tu estarías allí, ni yo aquí.

Se que la luna la ves, por que la llevas dentro.

(Estoy llorando?, será la luna...)

Mil besos tata