martes, 18 de diciembre de 2007

Y CADA MINUTO MI SONRISA

Un trozo de cartón
con lápiz emborronado;
un gesto esperado
sorprende con ilusión.

Sonrisa de Pocoyó
malicia de Sinosuke
al calor de nuestra lumbre
tocando tu tambor.

Y mis ojos vuelven a brillar.
Y tu risa a resonar.
Y tu naricilla a roncar.
Y cada minuto mi sonrisa.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Al salir de clase

Cuando se quiso dar cuenta, era otra vez otoño. La estación de los comienzos, de la acción, de los nervios. Estaba tan ilusionada como los padres con los scalextrics de sus hijos. Todo volvía a ser nuevo, el olor de los libros, la dentera que le producía forrarlos, el sonido de los bolígrafos al guardarlos en su nuevo estuche, el tacto blanco y azul de los cuadernos.

Hacía una semana que había comentado con Susana las cambios de este curso: ampliación de la biblioteca, horarios más flexibles, tutores desconocidos, materias más densas y atractivas y ¡Manu volvía a estar en su clase!

Tenía abrigo que estrenar, la peluquera por fin había acertado con el corte, su perfume seguía sin pasar de moda.

Insomnio. Ese insomnio inquieto, sonriente, juguetón, que deshoja las horas alternando la esperanza y el miedo.

Sobre su escritorio varias listas para empezar el curso con las ideas claras. Acabarlo igual ya sería otra cosa.

Y llegó el día. Susana y ella quedaron en la cafetería desde la que se veía la puerta. Tras piropearse volvieron a repasar los detalles del año anterior, desmenuzándolos bajo la luz del que les esperaba. Apenas acabaron los cafés, sus piernas las dirigieron al aula. Los mismos pupitres en distinta habitación. Se sentaron juntas, mirando a los nuevos compañeros y saludando a los viejos. Todos mostraban excitación en sus mejillas y ansias en sus ojos.

Se presentaron los profesores acompañados de sus materias, bibliografías, recomendaciones y evaluaciones. La cafetería hervía de reencuentros. Se programó la primera cena de curso. Tras las clases se tomarían unas cervezas para organizarla en condiciones. ¡Manu se había apuntado!

Allí estaba, con la cerveza en la mano, pidiéndole fuego a Manu, atisbando la sonrisa de Susana, cuando sonó el móvil.

- “Me tengo que ir, chicos, lo siento. Esta noche me toca hacer de canguro y se me había olvidado”
- “Pero vienes a la cena, ¿no?”
- “Por supuesto, el viernes no me comprometo con nadie”


La casa la entristeció. Tuvo que recordar que los niños también la hacían sonreír.

Ding-dong.

- “Vaya, venís helados” – saludó. – “Tenéis rosquillas en la mesa de la cocina.”
- “Mamá, ¿te habías olvidado que hoy tenía cena con las amigas del colegio? ¡No puedo estar siempre detrás de ti!”
- “Lo siento hija, estábamos tomando algo después de clase y se me fue el santo al cielo.”
- “¡Clase, clase! A veces te olvidas de que tienes sesenta años y responsabilidades más acordes con tu edad.”
- “Tienes razón, hija. Por cierto, el viernes tengo partida de cartas en casa de Susana, así que no podré cuidar a Juan y a Pablo.”
- “Tranquila, mi suegra se ha empeñado en hacerlo ella.”

miércoles, 5 de diciembre de 2007

"En el camino" de Jack Kerouac




Hoy voy a atreverme a hacer algo para lo que sé que no estoy preparada. No soy digna de hacerlo tampoco. Pero tengo que hacerlo, tengo que escribir sobre un clásico reciente y en boga. ¿La dificultad? Que no me ha encantado. Así que mi crítica será antipopular y seguramente equivocada, pero ahí va.

“En el camino”, de Jack Kerouac, cumple este año sus bodas de oro. Fue el exponente de la generación “Beat”, una generación que quería huir de lo establecido, volver a la conciencia, vivir al límite, meditarlo todo. La sinopsis que aparece en la contraportada de la Editorial Anagrama explica: “(...), en esta novela se narran los viajes enloquecidos, a bordo de Cadillacs prestados y Dodges desvencijados, de Dean Moriarty (...) y el narrador Sal Paridse, recorriendo el continente, de Nueva York a Nueva Orleáns, Ciudad de México, San Francisco, Chicago y regreso a Nueva York. Alcohol, orgías, marihuana, éxtasis, angustia y desolación, el retrato de una América subterránea, auténtica y desinhibida, ajena a todo stablishment.”
Y es cierto, el libro describe todo eso, porque el narrador describe, cuenta y vive cada minuto del viaje (no olvidéis que es un libro autobiográfico). No esperéis una novela escandalosa para los tiempos en que vivimos, pero tampoco olvidéis que en los años 40 y 50 este modo de vida era pionero.

Sin embargo, no sé por qué motivo a mí me ha parecido ligeramente superficial, no he vibrado con sus puestas de sol, no he deseado conocer San Francisco antes de tiempo, no me he perdido en las calles de Dénver. Supongo que esa será la intención de Kerouac, introducirnos en el vértigo de vivir proporcionándonos la suficiente distancia para no sufrir que a ellos les daban el alcohol y las drogas. Hasta he tenido que hacer un esfuerzo por leerlo hasta el final. De lo que me alegro. El final sí merece la pena, es más relajado y al mismo tiempo más intenso, no existe esa vorágine de lugares, movimientos, fiestas, pero las sensaciones se acentúan y se agradece que Kerouac te permita llegar a sentir lo mismo que debió sentir él en los momentos en los que Neal Cassady le permitía expresarse.

Recomiendo leerlo y si alguien puede ayudarme a volver a mitificar esta “biblia y manifiesto de la generación beat, le estaré muy agradecida.

Justo debajo, podéis encontrar un fragmento del libro que define a la perfección como el narrador idolatraba a su compañero de viaje más habitual.

DEAN MORIARTY

"Esto no era verdad; yo conocía mejor las cosas y podría habérselas contado. Pero no veía que tuviera ningún sentido el intentarlo. Deseaba acercarme al grupo, poner el brazo sobre los hombros de Dean y decir: "Bien, ahora escuchadme todos de una puta vez. Recordad una sola cosa: este chico también tiene sus problemas; y otra cosa, nunca se queja y os ha proporcionado a todos muy buenos ratos sólo por ser como es, y si no tenéis bastante con eso llevadle ante el pelotón de fusilamiento, pues parece que eso es lo que tenéis tantas ganas de hacer, y..."


"Era BEAT: estaba vencido, era la raíz y el alma de lo beatífico también. Pero, ¿de qué se estaba enterando? Trataba de decírmelo con todas sus fuerzas y los otros me envidiaban, envidiaban mi situación a su lado, defendiéndole y aprendiendo de él como ello en otro tiempo intentaron aprender."